En latín, la palabra responsabilidad es “responsum” y significa “habilidad para responder“. Hemos visto que factores como un sistema educativo que promueve la sumisión, una alimentación intoxicante, la ausencia de mitología, un estado psicológico general débil y enfermo, el Amor NegativoTM, el miedo a todo, alimentado diariamente por los medios de comunicación, una sociedad tecnológica cómoda y entretenida, nos vuelven más susceptibles de permanecer en un estado psicoespiritual de Huérfano, pasivos, dependientes y resignados, por impotencia.
Este cuadro es justo el opuesto de lo que debería ser si las personas se sintieran responsables de sí mismas. Es posible que ahí se encuentre el origen de que 1 de cada 3 españoles hayan necesitado en el último año ansiolíticos, somníferos y/o antidepresivos. Algo que, en muchas ocasiones, es muestra de un deseo de querer desconectar (no asumir la responsabilidad) de lo que nos ocurre, parcheando los síntomas que nos indican que algo no va bien en nuestra vida. Pero, de esta manera, nos volvemos incapaces de responder porque dejamos de ser dueños de nosotros mismos, soberanos de nuestras vidas.
Ser responsable no significa únicamente ser puntuales en el trabajo y hacerlo bien, cuidar de nuestros hijos, no correr riesgos innecesarios, no beber alcohol si se va a conducir, etc. La responsabilidad, la capacidad para responder, incluye todos estos aspectos, y se extiende más allá. La responsabilidad está asociada al despertar, al darse cuenta, al hacerse consciente, tanto de los mecanismos y motivaciones que nos mueven a actuar y que nos limitan, como del impacto que causamos, directa o indirectamente, sobre todos los seres. La asunción de responsabilidad depende del nivel de conciencia consecuente al despertar interior. No podemos hacernos responsables de lo que no somos conscientes. De esta forma, tampoco tenemos poder de elección y decisión para cambiar algo si así lo consideramos. Para tratar de explicar esta idea, utilizaré un ejemplo.
Hace unas semanas, vino a casa una persona que iba a hacer una presentación de unas ollas y cazos para cocinar, hechos de acero inoxidable y titanio, para lo cual se ofreció a hacernos la cena, a fin de que pudiéramos comprobar la diferencia entre las ollas que utilizamos habitualmente y las que nos iba a mostrar. Una de las pruebas consistía en hacer hervir agua, tanto en las sartenes y cazos que utilizamos habitualmente, como en las suyas. Con esto, se trataba de demostrar que cada vez que se calientan ollas, sartenes y demás utensilios para cocinar, se liberan partículas altamente tóxicas para nuestro organismo, metales pesados. Calentamos el agua hasta que hirvió, y después pudimos comprobar el diferente sabor en función de los minerales tóxicos liberados. Para mi sorpresa, la sartén con recubrimiento de cerámica, que se vende como ecológica, fue la que tuvo un peor resultado; el agua tenía un sabor picante por los químicos de la cerámica[1]. En las ollas que nos estaban presentando es posible cocinar las verduras sin añadir agua, manteniendo las verduras a una temperatura controlada. A la hora de probarlas, la diferencia era abismal, ya que, de esta manera, las verduras mantienen, en mayor medida, sus minerales, encimas y vitaminas.
Lo más importante que esta experiencia pone de manifiesto es que nos hace tomar conciencia de que, al cocinar, se liberan metales pesados. Sabemos el daño para la salud que supone la acumulación de metales pesados en el organismo, que llegan a nuestro torrente sanguíneo y, posiblemente, traspasen la barrera hematoencefálica, afectando a nuestro cerebro y a las conexiones neuronales. Si pensamos en la cantidad de horas que utilizamos las ollas, año tras año, y la cantidad de metales pesados que ingerimos, es para tenerlo en cuenta. A partir de disponer de estas informaciones es cuando uno tiene la capacidad de hacerse responsable y de tomar decisiones acerca de los utensilios a utilizar para cocinar.
He puesto este ejemplo porque es el más reciente que tengo, mientras escribo estas líneas, y creo que ilustra el paso de la ignorancia al conocimiento, el despertar y la oportunidad para hacerse cargo de una situación para mejorarla. Pero podemos extender esta circunstancia a cientos, miles de aspectos, en cada uno de los Cuatro Cuadrantes. Aspectos que a día de hoy ignoramos y que están teniendo una influencia directa (tanto beneficiosa como perjudicial) sobre nosotros y sobre los demás.
Permanecer dormidos e ignorantes hace más fácil que aquellos con conocimiento, inteligencia y ausencia de compasión se aprovechen de nosotros, la población ignorante. Nuestra comodidad, pereza, pueril escepticismo e incredulidad, hacen más fácil que las élites en las sombras hayan llegado tan lejos. Esta realidad es muestra del aletargamiento de nuestra conciencia, de lo contrario, no estaríamos como estamos. La única manera de revertir esta situación es, como ya hemos dicho, empezar a abrir los ojos y sacudirse del cómodo sillón, tirar la televisión y empezar aprender a pensar, investigar y reflexionar por uno mismo. Ello es muestra de responsabilidad. Del mismo modo que también lo es hacerse cargo de las propias emociones negativas, fruto del Amor NegativoTM, que perpetúan el sufrimiento, el dolor y relaciones desgastantes y destructivas generación tras generación. Algo que nos resta poder interior para transformar a través de la acción.
A medida que, con el conocimiento y la sabiduría disipamos la ignorancia, nuestras acciones se vuelven más conscientes. De modo que reducimos el impacto negativo sobre nosotros y los demás, y tratamos de amplificar el positivo. Puede ocurrir, no obstante, que uno se pase al otro lado, y decida conscientemente hacer el “mal” por ciertas razones.
Al margen de esta circunstancia, yo diría además que las acciones más conscientes son también más inclusivas, en la medida que tienen más en cuanta a los demás y al entorno. A más consciencia más inclusión, puesto que la interrelación entre todo lo existente se hace más evidente. Fruto del desarrollo de la consciencia, la responsabilidad nos vuelve más proactivos frente a cualquier situación. Dejamos paulatinamente al inocente, al huérfano herido que espera ser rescatado y cuidado, para pasar a vivir arquetipos de mayor independencia y maestría. Si cada persona ejerce su responsabilidad sobre su vida y sobre su entorno, podremos traer el cielo a la tierra. Mientras estemos esperando que otros lo hagan por nosotros, seguiremos contribuyendo a perpetuar el statu quo.
Por tanto, es una responsabilidad personal hacernos cargo de nuestro despertar integral, para hacer crecer, dentro de uno mismo, ese ser transformador de realidad. Para que haya coherencia entre todas nuestras voces, sentires y acciones, esa responsabilidad debe extenderse a lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos.
[1] Por cierto, las sartenes de teflón son las peores, que por suerte ya no utilizamos. El teflón es altamente tóxico y libera un gas a cierta temperatura que es muy perjudicial para la salud.
Extracto del libro Un Nuevo Mundo en manos de Héroes (pág. 698-701, 2004)
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