Perpetuar el mundo es fácil, sólo se necesita seguir la corriente, adormecer nuestra conciencia y dejarse llevar. Transformar el mundo requiere una actitud heroica, ya que la gran mayoría de veces requiere que vayamos contracorriente. Transformar el mundo pasa por transformarse a uno mismo, y es una hazaña heroica ya que necesitamos hacer frente a nuestros demonios interiores. Hacerlo nos convierte en seres más conscientes, menos esclavos y con mayor capacidad para actuar libremente. Es desde esta libertad que podemos ofrecer al mundo algo diferente que lo ayude a transformarse en vez de perpetuarse.
Copio este extracto del libro Un Nuevo Mundo en manos de Héroes reflexionando sobre esta cuestión, espero que os inspire!
Si queremos un cambio tanto personal como social, cabe empezar preguntándose en qué medida perpetuamos o transformamos el sistema con las acciones que llevamos a cabo cada día, todos los meses y años de nuestra vida. Porque, a final, son las acciones las que cuentan, ya que tienen un efecto directo sobre la realidad: ellas son las que pueden cambiar las circunstancias.
En la medida en que vivimos vidas sin consciencia, perpetuamos la oscuridad que hay en nosotros, y por ende la oscuridad que hay ahí fuera, porque una es equivalente a la otra. El mundo de ahí fuera es un reflejo de nuestro mundo interior, del mismo modo que lo bello, positivo y luminoso que encontramos en el mundo es un reflejo de lo que llevamos dentro. Sucede lo mismo con la oscuridad, la sombra o lo negativo en el exterior: no deja de ser un reflejo especular de nuestros propios rasgos negativos.
En la medida en que perpetuamos nuestros propios conflictos interiores, nuestros miedos, inseguridades, limitaciones, todos nuestros rasgos negativos, porque no les prestamos atención, perpetuamos esa oscuridad en el exterior. Tal vez, nos conformamos con un “soy así y no voy a cambiar a estas alturas”, o culpamos constantemente a los demás y a la sociedad de nuestros males, evadiendo la responsabilidad de hacernos cargo de lo que nos ocurre. Estos rasgos negativos inconscientes –Síndrome del Amor NegativoTM– si, en algún punto no se afrontan, se perpetúan, pasando de generación en generación. Extendemos esa oscuridad o neurosis a nuestras relaciones personales, laborales, a nuestro entorno, al planeta. Perpetuamos así una sociedad enferma. Como decía el maestro Krishnamurti, “no es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. ¿Nos sentimos adaptados a este mundo? Si sentimos incomodidad, probablemente sea algo bueno, porque trataremos, quizás, de hacer algo para remediarlo. Si no, perpetuaremos lo mismo que hay.
¿En qué medida fortalecemos nuestra voluntad para ganar en lucidez y empezar a transformar todo lo que perpetúa vidas sin consciencia? ¿En qué medida somos conscientes del efecto que tiene nuestra profesión en el equilibrio del planeta, fomentando la justicia social? ¿En qué medida nuestro consumo tiene un impacto en el ambiente y hacemos algo para reducirlo? ¿Cuántas de nuestras acciones diarias perpetúan o transforman el mundo en el que vivimos cuando nos relacionamos con los demás, en el trabajo, en la calle, cuando utilizamos nuestro dinero comprando, en nuestro ocio, etc? ¿Cuántas de nuestras acciones diarias aumentan el poder de los tentáculos que nos esclavizan, y nos debilitan cuando entregamos nuestro poder, conduciéndonos a ese Nuevo Orden Mundial? Por ejemplo, con la salud. ¿Hasta qué punto dependemos del sistema farmacéutico o nos hacemos responsables de nuestra salud e investigamos por qué padecemos las dolencias que tenemos, y qué vías alternativas hay para sanarlas? ¿En qué medida nos hacemos responsables dejando de actuar de forma pasiva, con la idea de que los médicos, el terapeuta o quien sea, ya nos curará, y, por tanto, depositando el poder fuera nuestro?
¿En qué medida nos preocupamos por aportar elementos de cambio a la sociedad, innovando en el ámbito que sea, preocupándonos por hacer algo de manera ligeramente diferente, con el fin de mejorar lo que ya hay?
Tal vez nos limitamos a repetir lo que nos han enseñado sin cuestionarlo, ya sea porque es tradición familiar, porque así se han hecho siempre las cosas, porque nadie nos ha enseñado otra manera de actuar, porque no se nos ocurre o porque nos es más cómodo. Viviendo así, nos convertimos en autómatas, moviéndonos entre unos límites que nos dan la sensación de libertad y elección, sin embargo, son unos límites bien marcados para que tengamos miedo de traspasarlos si los divisamos.
También puede suceder que, dado nuestro grado de escasa lucidez, no lleguemos a darnos cuenta de que hay otras maneras de hacer las cosas, y vayamos reduciendo, poco a poco, la gama de posibilidades de las cosas que nos permitimos hacer.
El despertar de conciencia provoca que empecemos a cuestionarnos todo aquello que entra en el foco de nuestra atención, reflexionando sobre ello. A medida que se amplía este despertar nos volvemos más conscientes, más sensibles, considerados, éticos e íntegros. También más firmes, cuestionadores y respetuosos. Este despertar nos permite conectar con nosotros mismos, muchas veces llevándonos a un cambio de vida, de profesión, de pareja, trayéndonos una renovación que contribuye a transformar nuestras vidas y, como consecuencia, el entorno en el que vivimos.
Entiendo que con el despertar progresivo podemos convertirnos en agentes de transformación local, en detonadores de transformaciones globales, a medida que aquello nuevo que hacemos se extiende como una mancha de aceite.
Pregúntate, de todas las acciones que llevas a cabo durante un día o una semana, cuántas perpetúan lo que hay, y cuántas de ellas aportan algo diferente que contribuya a transformar el mundo en el que estamos.
Extracto del libro Un Nuevo Mundo en manos de héroes, pág. 62. 2014
SEP